Análisis
de “D-Generación, Tragedia Urbana”
Por: Ricardo
Kosovski, Actor, Director y Profesor de Escola de Teatro UNIRIO (Rio de
Janeriro) (en el marco del “25º
Festival Internacional de Teatro Universitario de Blumenau”)
La obra está inspirada libremente a partir de Titus
Andrónicus, un poderoso general de la Roma Antigua que vuelve triunfante de la
guerra contra los godos. Sin embargo, su negativa para convertirse en emperador
y las sucesivas muertes debido a la disputa por el trono, desencadenan una ola
de venganzas sin fin. Las escenas, a veces chocantes, de decapitaciones y
mutilaciones, además de una violación y de una escena de canibalismo
involuntario, hacen de ésta, una de las obras shakesperianas más violentas. Esa
crueldad exacerbada ha causado una fuerte reacción en los espectadores en todas
partes del mundo, como ocurrió en uno de los montajes más famosos del texto
(realizado por Peter Brook en 1955) en el cual una ambulancia estaba fuera del
teatro para socorrer a los espectadores que se sintieran mal.
En 1975 el ya fallecido director de teatro paulistano,
Luiz Antonio Martinez Correa, hermano de Zé Celso, se trasladó con su grupo
para Rio de Janeiro, donde montó “Titus Andronicus”, ubicando la tragedia shakesperiana
a partir de la violencia en las ciudades de Rio y San Pablo. Fue una puesta
memorable donde la brutalidad de la pieza mostraba un carácter perturbador de
las condiciones de vida en los grandes centros urbanos. Interesante citar
también el montaje de La Fura Del Baús, importante grupo catalán, que hace
algunos pocos años, en San Pablo, ofrecía un banquete al final para un grupo de
espectadores donde en la última escena Titus sirve a la Reina Támora una torta
hecha con el corazón de sus hijos. Y en el texto final, el personaje de Lucio,
único sobreviviente de la trama, dice: “Y después de una gran tragedia,
seguimos comiendo”.
Si Titus Andronicus tuviera 6 actos, Shakespeare
habría capturado a los espectadores en la platea sólo para llevar a cabo ese
acto final, porque en el escenario nadie, excepto Lucio, permanece vivo. Al
final del primer acto más de dos decenas de personajes mueren y así continúa
hasta la masacre final del quinto acto. Titus tiene un brazo amputado, Lavinia
la lengua y las manos cortadas, la ama de leche es estrangulada, y por ahí
sigue...
En Titus, Shakespeare comienza a esculpir sus grandes
figuras trágicas, fue el embrión de sus grandes tragedias. Titus ya anuncia los
sufrimientos por los cuales pasará Lear; Lucio es una vista previa de Hamlet;
Támora, Reina de los Godos, es un esbozo de Lady Macbeth y así sucesivamente.
La obra, considerada una pieza bárbara e imperfecta, aporta, además de las
crueldades físicas, algo que será una característica del bardo inglés: el
infierno moral que viven sus atormentados personajes trágicos.
Es bastante pertinente, hasta diría que es una
obligación, que el tema de la violencia y el horror sea abordado por el arte:
toda creación artística, toda poética, supone un trabajo de memoria. Cuando
este trabajo se relaciona con grandes temas sociales, como la historia de las
masacres y las persecuciones de pueblos y naciones, o aún más, las
profundidades de dictaduras que se perpetuaron en el poder, y otros tantos
acontecimientos terribles de la historia de la humanidad, surgen las
discusiones sobre el modo de representar el horror, sobre la legitimidad del
arte para denunciar episodios que desafían los límites de la comprensión
humana. La fabulación y sobre todo la restauración y perpetuación de la memoria,
en relación a esos traumas sociales, nos permite concluir que el arte, lejos de
ser mera ilustración, aporta nuevas lecturas que alimentan una comprensión más
profunda de los hechos históricos que no pueden caer en el olvido.
En la presentación del programa del espectáculo
“D-Generación” se afirma que la obra “narra una historia que nace de una
mentira y que termina en tragedia. Una tragedia urbana, actual. Atravesada por
la violencia como reacción, como respuesta, como camino, como solución”.
En particular, en los últimos cincuenta años, se vive una
aceleración de las transformaciones jamás conocida y experimentada
anteriormente por la civilización humana: nuevas formas de acumulación de
capital y de concentración industrial y tecnológica; mutaciones substantivas en
los procesos de producción, en los procesos de trabajo, en las formas de
reclutamiento, asignación, distribución y utilización de la fuerza de trabajo;
que repercute intensamente en la naturaleza de los conflictos sociales y
políticos. Esas transformaciones actúan también en el dominio del crimen, de la
violencia y de los derechos humanos.
La violencia no es un estigma de la sociedad contemporánea.
Ella acompaña al hombre desde tiempos
inmemoriales, desde la prehistoria, pero en cada tiempo Ella se manifiesta de
formas y en circunstancias diferentes. Adopta nuevas caras y se viste con
variadas máscaras. La palabra “violencia” tiene como raíz, violar, que clásicamente
tiene los siguientes sentidos: transgredir, profanar, forzar, obligar, hacer una
acción impetuosa. Hablar de violencia implica abarcar todos estos sentidos y
profundizarlos en una amplia gama, donde lo que sorprende siempre es la novedad
de una acción que puede ser cada vez más violenta que la anterior.
La venganza hoy forma parte de las acciones de buena
parte de la humanidad. Desde una pequeña “discusión” debido a algún pequeño
desacuerdo, hasta el puro y simple “hielo” que se da cuando las relaciones se
cortan, o el “buylling” que está tan en boga en estos días. Eso para no hablar
de las bombas y armamentos pesados que emplea una nación en nombre de una
“justicia” o de una “ética” completamente oportunistas y sospechosas. La
violencia de las palabras, la violencia de las acciones, la violencia de la
intencionalidad en la tentativa deliberada de destruir al Otro.
El elenco recibe al público como personajes, con una
atmosfera sugestiva, invitando al espectáculo teatral. Se crea un clima como si
estuviesen en una especie de purgatorio teatral, en un ritual de espera: espera
de que el público se acomode e ingrese afectivamente en el espacio; y espera de
los personajes ávidos por comenzar la trama que los mantiene ahí, casi como una
trama pirandelliana.
La puesta imprime resoluciones escénicas fuertes,
definidas a partir de convenciones de una teatralidad pura y abierta. Hace uso
de la especificidad del teatro sin ningún otro apoyo que no sea el actor y el
espacio vacío, sin filtro, sin ilusión. La narrativa y la estructura épica en
el sentido brechtiano son adoptadas explícitamente. Se entremezclan escenas
cerradas de cuarta pared, dramáticas en esencia, con quiebres a partir de la
enunciación de cada escena y la libre circulación de los actores-personajes.
Desde el punto de vista actoral, sin juicio de mérito,
es visible el desenvolvimiento, la seguridad y la técnica sobre la cual se basa
la actuación: dentro de una escuela que busca el realismo interpretativo. Los
personajes se deslizan en la escena.
Una de las críticas que hago es en relación a la
solución un tanto artificial y primaria en el uso de la pistola y las muertes
que surgen a partir de los disparos producidos por el revólver. (PUM! fue
gatillado). Menciono este aspecto porque considero el espectáculo sofisticado, con
resoluciones creativas y maduras, y creo que eso mismo debería ocurrir en
relación a las muertes causadas por arma de fuego. Yo ya había señalado días
atrás, con Renato Ferracini, que siempre me pareció que matar y hacer escenas
de sexo en teatro son las acciones más difíciles de realizar escénicamente, si
se adopta el camino del realismo estricto. En esto el cine y la televisión Le
llevan ventaja al teatro. Es necesario encontrar el registro teatral para eso. En
la escena de la violación, por ejemplo, inteligentemente el espectáculo brinda
un black-out dejando a la imaginación de lo que ocurre con Lucrecia en aquel
acto de violencia sexual. Lo que imaginamos será siempre más cruel que aquello
que se pueda mostrar en escena.
Uno de los legados que William Shakespeare nos dejó, hace
más de cuatrocientos años, fue entender el ser humano en sus flaquezas, sus
fuerzas, sus felicidades, sus gozos y angustias. Pero no se trata apenas de
entender al otro sino de entendernos a nosotros mismos. Romeo no consiguió
tener éxito con Julieta, no tuvo tiempo, ni oportunidad. Macbeth no pudo
obtener las ventajas del trono, sangrientamente conseguido. Tampoco Titus
consiguió llegar a su objetivo de usufructo del poder.
En cuanto al ser humano Shakespeare nos enseña algo
importante, incluso fundamental: el hombre no es Bueno o malo, apenas es
hombre. Shakespeare percibió lo que Marx descubriría más tarde: el hombre es una
unidad de contradicciones, maldad y bondad que las carga en el pecho, al mismo
tiempo y a todas horas. La política es, metafóricamente, un arte de hombres
libres, justamente por el esfuerzo y el conocimiento que se requieren para
gestionar acciones que regulen los Estados y preparen a las sociedades contra
las trampas y las dificultades del destino.
Para Shakespeare, el arte encuentra sentido en la
política ya que ésta se diluye en la vida. La política debe ser recuperada para
poder descifrar mejor los secretos del hombre y la sociedad.
Como dice el personaje Macbeth: “La vida está llena de
ruido y furia, pero al final no significa nada”. Y entonces, caemos en el
vacío. Esta es quizás la lección que debe ser comprendida a través de Titus
Andrónicus / D-Generación: mucha vociferación para nada o, incluso, “mucho ruido
y pocas nueces”.
Felicitaciones y muchas gracias al grupo por el trabajo.
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