sábado, 14 de julio de 2012

D-GENERACION, Tragedia Urbana en el 25° Festival Internacional de Blumenau 2012

La Profesora Soledad Lagos de Chile. Dramaturgista, Critica e Investigadora dijo lo siguiente de nuestro espectáculo:

....
"Grafico lo que quiero hablar acerca de la tendencia a mantener separados el espacio público y el espacio privado en tanto categorías de acción con estos datos, porque me parece importante señalar que, si bien Chile ha sido muchísimo menos consecuente que Argentina en la política de condena sistemática a los responsables de esos crímenes de lesa humanidad, en la pieza D-Generación se aborda una separación en cuanto a las imágenes que los personajes quieren o pueden proyectar de sí mismos al interior de sus casas; es decir, en su espacio privado y lo que pueden o quieren proyectar de sí mismos en el ámbito del ejercicio de su profesión o de su comunicación con su entorno; es decir, en su espacio público.

Observo en la pieza una constante tensión entre estos campos, además de un enfoque dividido por géneros, respecto de lo privado y lo público. En la familia de los Mazzone, los diálogos que presenciamos entre el padre y el hijo están todo el tiempo condicionados por la imagen que, en lo público, ellos se encargan de proyectar de sí mismos: vemos al comienzo a un padre médico que cree en las instituciones en tanto lugares a los que hay que acudir a denunciar un acto violento cometido en contra de su hija y quien, incluso, antes de ocuparse de averiguar si ella necesita ayuda o consuelo o, en un acto poco “científico” para un médico, hacerla examinar, para verificar si la violación existió o no, hace lo que considera correcto hacer; a saber, estampar una denuncia, acto que, en sí mismo, es muy violento hacia la hija. Vemos también al comienzo a una hija demasiado carente de afecto, que se siente poco importante para su hermano y su padre y, entre otros motivos, quizás por eso instala la tragedia a partir de una calumnia contra el novio que decide dejarla, calumnia que se le viene en contra, conforme avanza la obra y, por último, vemos a un hijo que es entrenado en lo que el padre considera que es fundamental que aprenda, para convertirse en alguien respetado en el espacio de lo público.

Por otro lado, en la familia de Hipólita todo el tiempo el espacio privado está operando como espejo de una sociedad que basa su convivencia en la violencia explícita. Es llamativo ver cómo se relaciona la madre con sus hijos, no sólo con los dos que le quedan vivos luego del suicidio de Andrés, uno de los gemelos, sino también con el recuerdo del hijo muerto, siempre enfatizando que ella, como mujer, no les va a dar lecciones de lo que ellos tienen que hacer, porque los hombres saben lo que hay que hacer, en tanto, a la vez, los guía hacia la consumación de la tragedia que ha planificado cuidadosamente por venganza: la violación de Lucrecia Mazzone. Solidaridad genérica no hay en ella, en tanto mujer que debería, al menos,  intuir lo que para cualquier mujer significa ser violada. Sí hay venganza consumada, en tanto le hace experimentar en carne propia a Lucrecia aquello que afirmó, en el espacio privado primero y después en el espacio público, haber experimentado por parte de Andrés: una violación.

Es interesante asimismo el modo en que la obra no sólo juega con la intertextualidad, en el sentido de hacer referencia a Titus Andronicus, de Shakespeare, escrita en 1593 y estrenada en 1594, sino también a la ópera “La violación de Lucrecia”, con música de Benjamin Britten y libreto de Ronald Duncan, estrenada en 1946, que, a su vez, se refiere tanto al texto homónimo escrito en 1931 André Obey como al poema de Shakespeare, para evidenciar el tema de la venganza y la violencia, trasladado a un ámbito urbano, en el que conviven los modos de vivir y entender la vida de dos familias de diferentes extracciones sociales, cuyos destinos se entrecruzan en forma fatídica a consecuencia del mecanismo que Lucrecia se limita a graficar, el de la violencia desencadenada a partir de la sed de venganza. Postulo que Lucrecia crece en un ambiente de violencia soterrada, pero violencia al fin, en el que sólo hay lugar para hombres racionales y exitosos y donde no caben los berrinches de una jovencita ávida de cariño, de modo que su forma de comportarse es también reflejo de un entorno donde las mujeres o bien son objetos de deseo o bien son niñas (“la pequeña Lucrecia”, la llama su padre y también más adelante en la obra, Hipólita, la madre de Andrés, que la reduce a un objeto en el que concretará su propia venganza por el suicidio de Andrés, que en realidad fue un asesinato, en tanto se asesinó su imagen en el espacio público, donde pasó de un día para otro a ser tildado de “violador”, algo que, se nos sugiere, no fue capaz de resistir).

Muy creativa considero la estrategia de recibir a los espectadores con unos dulcecitos, que terminan siendo metáfora para los cuerpos muertos de los hermanos de Andrés, cuerpos donde se condensa la venganza de Julio Mazzone, dirigida a Hipólita, quien, se nos muestra, ha sido su amante y, de acuerdo a sus propias palabras, la única mujer capaz de hacerlo reír. El cuerpo de Hipólita es, para Julio Mazzone, territorio de deseo y de conquista y, en ese sentido, espacio privado en el que despliega lo que en el espacio público encubre.

A pesar de la información de la que disponemos en nuestros días acerca de las guerras y los horrores que en ellas se cometen, en cualquier época histórica, llama la atención la persistencia en definir los cuerpos femeninos como territorios de ocupación y apropiación en el sentido más político del término. El cuerpo de Hipólita también es recipiente o receptáculo, a la vez que el lugar de gestación en sentido concreto y metafórico: gestación de los hijos que tuvo y de la venganza que los anima a consumar. Por otra parte, el cuerpo de Lucrecia, en tanto territorio de concreción de una violencia en la que aflora la óptica patriarcal heredada o transmitida de generación en generación tanto por hombres como por mujeres, es mutilado en sus funciones reproductivas no sólo de vidas futuras, sino de transmisión de información: al cortarle la lengua, lo que los victimarios hacen es interrumpir la cadena de la transmisión oral de la experiencia, tan característica del gran relato femenino, del que se nutren hombres y mujeres en una sociedad que, esperemos, sea menos violenta que la que nos muestra la pieza “Tragedia urbana”. "

No hay comentarios:

Publicar un comentario