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"Grafico lo que
quiero hablar acerca de la tendencia a mantener separados el espacio público y
el espacio privado en tanto categorías de acción con estos datos, porque me
parece importante señalar que, si bien Chile ha sido muchísimo menos
consecuente que Argentina en la política de condena sistemática a los
responsables de esos crímenes de lesa humanidad, en la pieza D-Generación se
aborda una separación en cuanto a las imágenes que los personajes quieren o
pueden proyectar de sí mismos al interior de sus casas; es decir, en su espacio
privado y lo que pueden o quieren proyectar de sí mismos en el ámbito del
ejercicio de su profesión o de su comunicación con su entorno; es decir, en su
espacio público.
Observo en la pieza
una constante tensión entre estos campos, además de un enfoque dividido por
géneros, respecto de lo privado y lo público. En la familia de los Mazzone, los
diálogos que presenciamos entre el padre y el hijo están todo el tiempo
condicionados por la imagen que, en lo público, ellos se encargan de proyectar
de sí mismos: vemos al comienzo a un padre médico que cree en las instituciones
en tanto lugares a los que hay que acudir a denunciar un acto violento cometido
en contra de su hija y quien, incluso, antes de ocuparse de averiguar si ella
necesita ayuda o consuelo o, en un acto poco “científico” para un médico,
hacerla examinar, para verificar si la violación existió o no, hace lo que
considera correcto hacer; a saber, estampar una denuncia, acto que, en sí
mismo, es muy violento hacia la hija. Vemos también al comienzo a una hija
demasiado carente de afecto, que se siente poco importante para su hermano y su
padre y, entre otros motivos, quizás por eso instala la tragedia a partir de
una calumnia contra el novio que decide dejarla, calumnia que se le viene en
contra, conforme avanza la obra y, por último, vemos a un hijo que es entrenado
en lo que el padre considera que es fundamental que aprenda, para convertirse
en alguien respetado en el espacio de lo público.
Por otro lado, en
la familia de Hipólita todo el tiempo el espacio privado está operando como
espejo de una sociedad que basa su convivencia en la violencia explícita. Es
llamativo ver cómo se relaciona la madre con sus hijos, no sólo con los dos que
le quedan vivos luego del suicidio de Andrés, uno de los gemelos, sino también
con el recuerdo del hijo muerto, siempre enfatizando que ella, como mujer, no
les va a dar lecciones de lo que ellos tienen que hacer, porque los hombres
saben lo que hay que hacer, en tanto, a la vez, los guía hacia la consumación
de la tragedia que ha planificado cuidadosamente por venganza: la violación de
Lucrecia Mazzone. Solidaridad genérica no hay en ella, en tanto mujer que
debería, al menos, intuir lo que para
cualquier mujer significa ser violada. Sí hay venganza consumada, en tanto le
hace experimentar en carne propia a Lucrecia aquello que afirmó, en el espacio
privado primero y después en el espacio público, haber experimentado por parte
de Andrés: una violación.
Es interesante asimismo
el modo en que la obra no sólo juega con la intertextualidad, en el sentido de
hacer referencia a Titus Andronicus, de Shakespeare, escrita en 1593 y
estrenada en 1594, sino también a la ópera “La violación de Lucrecia”, con
música de Benjamin Britten y libreto de Ronald Duncan, estrenada en 1946, que,
a su vez, se refiere tanto al texto homónimo escrito en 1931 André Obey como al
poema de Shakespeare, para evidenciar el tema de la venganza y la violencia,
trasladado a un ámbito urbano, en el que conviven los modos de vivir y entender
la vida de dos familias de diferentes extracciones sociales, cuyos destinos se
entrecruzan en forma fatídica a consecuencia del mecanismo que Lucrecia se
limita a graficar, el de la violencia desencadenada a partir de la sed de
venganza. Postulo que Lucrecia crece en un ambiente de violencia soterrada,
pero violencia al fin, en el que sólo hay lugar para hombres racionales y
exitosos y donde no caben los berrinches de una jovencita ávida de cariño, de
modo que su forma de comportarse es también reflejo de un entorno donde las
mujeres o bien son objetos de deseo o bien son niñas (“la pequeña Lucrecia”, la
llama su padre y también más adelante en la obra, Hipólita, la madre de Andrés,
que la reduce a un objeto en el que concretará su propia venganza por el
suicidio de Andrés, que en realidad fue un asesinato, en tanto se asesinó su
imagen en el espacio público, donde pasó de un día para otro a ser tildado de
“violador”, algo que, se nos sugiere, no fue capaz de resistir).
Muy creativa
considero la estrategia de recibir a los espectadores con unos dulcecitos, que
terminan siendo metáfora para los cuerpos muertos de los hermanos de Andrés,
cuerpos donde se condensa la venganza de Julio Mazzone, dirigida a Hipólita,
quien, se nos muestra, ha sido su amante y, de acuerdo a sus propias palabras,
la única mujer capaz de hacerlo reír. El cuerpo de Hipólita es, para Julio
Mazzone, territorio de deseo y de conquista y, en ese sentido, espacio privado
en el que despliega lo que en el espacio público encubre.
A pesar de la
información de la que disponemos en nuestros días acerca de las guerras y los
horrores que en ellas se cometen, en cualquier época histórica, llama la
atención la persistencia en definir los cuerpos femeninos como territorios de
ocupación y apropiación en el sentido más político del término. El cuerpo de
Hipólita también es recipiente o receptáculo, a la vez que el lugar de
gestación en sentido concreto y metafórico: gestación de los hijos que tuvo y
de la venganza que los anima a consumar. Por otra parte, el cuerpo de Lucrecia,
en tanto territorio de concreción de una violencia en la que aflora la óptica
patriarcal heredada o transmitida de generación en generación tanto por hombres
como por mujeres, es mutilado en sus funciones reproductivas no sólo de vidas
futuras, sino de transmisión de información: al cortarle la lengua, lo que los
victimarios hacen es interrumpir la cadena de la transmisión oral de la
experiencia, tan característica del gran relato femenino, del que se nutren
hombres y mujeres en una sociedad que, esperemos, sea menos violenta que la que
nos muestra la pieza “Tragedia urbana”. "
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